Como en cualquier operación de inteligencia
materializada en el momento adecuado y con la cobertura
suficiente para conseguir sus objetivos, es necesario
conocer el entorno social en que sucede el 11-M para
poder atisbar con mayor claridad la oscura luz que
esconde el caso.
La matanza de Madrid ocurre en una Monarquía
Constitucional sacudida por sucesivos golpes de timón
sobre los que persisten muchas dudas, pese a la masiva
información suministrada a la población para intentar
esconder esas sombras.
Desde antes de su instauración, comenzaron las
tensiones dentro del régimen franquista y de sus servicios
secretos para adaptarse al irremediable cambio que se
produciría tras la muerte del dictador.
Esa transición fue tutelada en la sombra por el bloque
de naciones que lideraba el mundo civilizado, con especial
mención a los Estados Unidos. Francia, Alemania y los
propios norteamericanos convergían en sus intereses
geoestratégicos -hay quien piensa que también moralespara
el futuro de España.
En este clima, Juan Carlos de Borbón fue designado en
1969 como futuro sucesor a título de rey, jurando
preservar los Principios del Movimiento Nacional. El
destino de España parecía encaminado a una democracia
con Juan Carlos I como Jefe del Estado y con el almirante
Carrero Blanco, conforme con el papel encomendado al
Borbón, en la Presidencia del Gobierno.
Sería este inoportuno personaje de profundas
convicciones católicas -y de la máxima confianza para
Franco- quien encontraría más reticencias no sólo en los
sectores antifranquistas que deberían salir de la
clandestinidad más pronto que tarde, sino en las entrañas
del propio régimen y en las potencias internacionales que
vigilaban esa transición.
Este hecho se pone de manifiesto en informes de
inteligencia estadounidenses donde se describía a Carrero
como un feroz antimasón, antiamericano y más franquista
que Franco; el almirante podía convertirse en el gran
obstáculo para la obligatoria evolución nacional hacia un
bipartidismo central controlado mediante infiltración, con
un partido democrático de derechas y otro gran bloque
“socialista” fagocitador del temido partido comunista que
en aquellos tiempos aglutinaba a la inmensa mayoría de la
izquierda española.
Las arcas internacionales fueron generosas en su afán
de reflotar al PSOE recreado, utilizándose todo tipo de
coartadas para ello, como una ingente ayuda con fondos
alemanes para las familias de socialistas apresados y
encarcelados durante el régimen de Franco -los cuales
fueron escasos para justificar esas cantidades, y más aún si
comparamos cifras, por ejemplo, con los comunistas.
El oportuno asesinato de Carrero el 20 de diciembre de
1973 fue oficialmente atribuido a ETA, aunque pocos
pueden creer que la banda estuviera capacitada para llevar
a cabo una operación de esa envergadura por sí misma, o
con la simple ayuda de activistas comunistas como Eva
Forest; sorprende más aún si tenemos en cuenta que el
bombazo “etarra” sucedió en las proximidades de la
embajada norteamericana donde también estaba ubicada la
sede de la CIA, que los terroristas provocaron temblores y
un ruido enorme durante varios días al perforar el suelo
para introducir los explosivos en un túnel que llegaba
hasta mitad de la calle, tirando además cables por las
fachadas, o que pasaron un año entero en Madrid
preparando el atentado -que según cuentan en un principio
iba a ser un secuestro-, llegando incluso a reunirse en
Madrid -en mayo- toda la Coordinadora de la banda y una
docena más de terroristas sin importarles aparentemente el
riesgo de ser capturados todos juntos; se permitieron
incluso realizar prácticas de tiro en los alrededores de la
capital. Las imprudencias de los etarras llegaron al punto
de robar el subfusil de un soldado en la puerta de la
Capitanía General… Aún así, los cuerpos de seguridad
nacional y el recientemente constituido Servicio Central
de Documentación (Seced) parece que no se enteraron
suficientemente de la operación...
Otro significativo acontecimiento que incrementó las
medidas de seguridad en la zona, fue la reunión entre
Carrero Blanco y el Secretario de Estado estadounidense
el día anterior al atentado. Henry Kissinger -pieza
destacada del variopinto mundo masón, como nos
recuerda el historiador Ricardo de la Cierva-, tras pedir
mantener en secreto el contenido de esa extensa
conversación, tuvo que informar en persona poco después
al presidente Nixon sobre la muerte de su contertulio con
un frío memorándum secreto:
“La muerte del presidente Carrero Blanco esta mañana
elimina la mitad de la doble sucesión que Franco había
organizado para sustituirle. Carrero iba continuar como
el Jefe del Gobierno y el Príncipe Juan Carlos, que había
sido designado heredero en 1969, iba a convertirse en
Jefe del Estado después de la muerte o incapacidad de
Franco”.
La caja fuerte del despacho de Presidencia del
Gobierno fue cuidadosamente vaciada momentos después
del asesinato, desapareciendo los documentos y notas
personales que acostumbraba a escribir el almirante, por
lo que nunca sabremos con certeza lo tratado entre Carrero
y Kissinger.
Una vez salvada esa enorme piedra en el camino del
inminente equilibrio político-social y habiendo quedado
demostrada la eficacia del terror para dirigir a la opinión
pública española, la consolidación del plan bipartidista
creció en paralelo al fortalecimiento de los nacionalismos
en determinadas regiones españolas, y de la banda
terrorista ETA; la misma Constitución española portaba en
su seno la semilla del enfrentamiento y la disgregación de
la nación bajo la máscara del desarrollo autonómico
-efecto fragmentador y debilitador que favorece el
dominio de un gran Estado por entidades foráneas, como
bien sabe algún famoso analista político ya mencionado.
Ese molesto grupo terrorista nacido años antes del seno
del PNV, al abrigo de la Iglesia vasca -con especial
participación de sectores de la Compañía de Jesús- y con
algunos gudaris instruidos en el “castillo Rothschild” allá
por 1945, sería el encargado de inocular continuamente
el miedo a la sociedad para obligarla a mirar hacia el lado
conveniente, el que no trae problemas, sin descartar otros
servicios puntuales como la eliminación selectiva de
personal molesto procedente, en buena parte, del régimen
anterior.
Es muy curiosa la coincidencia en el tiempo de esta
sorprendente actuación de algunos jesuitas en España con
el punto álgido de la progresiva aproximación de la Orden
al marxismo (fomento de la teología de la liberación,
creación de movimientos cristianos comunistas,
indisciplinas locales a la doctrina eclesiástica, etc…) y a la
Masonería.
Respecto a esta última relación a priori contra-natura,
deben mencionarse las fuertes presiones del sector jesuita
promasón ante las que flaqueó el Papa Pablo VI en esos
movidos años 70, aunque en la década posterior Juan
Pablo II logró corregir esa línea recuperando la clásica
postura condenatoria con la ayuda del cardenal Ratzinger,
por entonces presidente de la Sagrada Congregación para
la Doctrina de la Fe. Pablo VI terminó sus días angustiado
por las desviaciones, rebeldías internas e infiltraciones que
esa condescendencia hacia lo masónico originó en la
Iglesia católica: “por alguna grieta ha entrado el humo de
Satanás en el templo de Dios”.
Volviendo al caso español, Ricardo de la Cierva cree
cierta la integración en secta masónica del Nuncio en
España (Luigi Dadaglio) junto a su consejero monseñor
Pasquinelli, cuyos nombres aparecieron en las listas de
eclesiásticos masones filtradas entre 1976 y 1978.
Paradójicamente, la estrategia del terror iba dando sus
frutos anestésicos, aunque sólo un catalizador artificial
conseguiría acelerar la ansiada recolección para el polo
izquierdo; el obligado cambio de rumbo hacia la
“izquierda” vino favorecido por un reavivado temor de las
masas a su pasado más cruel: el de los golpes militares y la
guerra civil. Fue un 23 de febrero de 1981. Los papeles
estelares se reservaban para los militares más cercanos al
monarca, como el general Alfonso Armada; otros
personajes más mundanos –como el teniente coronel
Tejero-, peor informados sobre la verdadera naturaleza del
asunto, harían el trabajo sucio y pagarían los platos rotos.
Cerca del Congreso, la huella del Cesid se plasmaba, por
ejemplo, en un apartamento alquilado pocos meses antes;
el comandante Cortina, al ser preguntado en el consejo de
guerra de Campamento sobre la presencia de los servicios
secretos en las inmediaciones del Congreso ese 23-F,
respondió que también el día del asesinato de Carrero
había coches en la calle.
Entonces nos pintaron a un Rey heroico que paró el
golpe, pero décadas después se escuchan comentarios
televisivos que aseguran que aquel “golpe” se anticipó a
otro mucho más cruento que se estaba gestando desde
sectores republicanos del Ejército, e incluso hay a quien
se le entiende que Don Juan Carlos siempre pensó que la
Monarquía probaría su consolidación cuando la izquierda
llegara al poder, lo cual fue su ilusión desde que accedió al
trono.
Con el PSOE por fin en el Gobierno y herido de muerte
el poder fáctico de las Fuerzas Armadas como garante de
la unidad de la patria, el proyecto de ingeniería social,
asentado sobre la ausencia real de respuesta al mentiroso
discurso “progre”, seguiría plácidamente su curso gracias
a la gran cantidad de recursos destinados al control de
cada grupo social con cierta influencia.
En algunas autonomías se potenció el lastre del
nacionalismo que aseguraba la necesaria dosis coactiva
para disconformes, sirviendo además como agente en
quien cargar la culpa de los desmanes que el resto de
españoles no debían detectar como perfectamente
calculados por el poder central. Se ahondó en la
degradación del comunismo y en la división de la derecha
para evitar que el creciente y poco controlado bloque
liberal se convirtiera en una amenaza para el status quo
totalitario imperante.
En materia judicial, el manejo adecuado de los
conflictos terroristas continuó ejerciéndose mediante la
Audiencia Nacional, tribunal especial creado en 1977 para
asegurar y acotar ese objetivo singularmente sensible para
el Régimen.
Sin embargo, la forzada deriva se iba degradando por
su misma naturaleza artificial; vicios tan arraigados
históricamente en la izquierda como la corrupción y el
recurso al terrorismo desde el poder para evitar el
descontrol de quienes era necesario tener controlados,
abocaban al país a una situación cada vez más
insostenible. Al mismo tiempo, en la derecha iba
perfilándose un movimiento con una capacidad
aglutinadora que apenas recordaba ya; con la llegada de
los años noventa se desencadenó una pugna interna entre
el sector “acomodado” que lideraba Alianza Popular, con
Manuel Fraga a la cabeza, y el liberal reformista, que
resultó ganador insuflando un soplo de aire fresco a la vida
política española y al nuevo Partido Popular.
Tras una época de plácido control sin grandes
obstáculos, el Régimen necesitaba un cambio que
maquillara su deteriorada máscara democrática, y optó por
dejar volar esa cometa liberal para propiciar la alternancia
en el Gobierno. Los enemigos de la libertad no dudan en
aprovechar la fuerza que ella tiene, pero esta vez el destino
truncaría sus maléficos planes.
Serían de nuevo las calles de la capital las que vivirían
el momento decisivo de ese viraje. El 19 de abril de 1995
otra bomba etarra intentaba asesinar al líder del Partido
Popular, José María Aznar; el milagroso fallo en el
objetivo terrorista reforzó la posición del cabecilla popular
cara a las elecciones que se celebrarían un año después. La
vida política se le escapaba ligeramente de las manos al Sistema felón
en el momento más inoportuno, pues quien iba a dirigir el
país no era el siervo que planificaron encumbrar
previamente a las elecciones.
Una vez más, surgen algunas dudas sobre determinados
autores del acto terrorista, que causó la muerte de una
anciana por la tremenda virulencia del artefacto.
Posteriormente se conoció una trágica coincidencia:
previamente al atentado, el ministro del Interior (Belloch)
había denegado al líder de la oposición una petición de
escolta.
Aznar ganó las elecciones de 1996 y comenzó pronto a
surtir efecto su línea proclive al liberalismo económico
aderezada con medidas urgentes para el férreo control del
gasto público. Tomó un país con el paro desbocado que
incumplía las exigencias para la convergencia monetaria
con Europa, y consiguió rectificar ese rumbo logrando la
total conformidad con esos parámetros económicos
marcados por la Unión Europea. Sin embargo, esta época boyante fue aprovechada por las élites político-económicas dentro del gobierno para ir creando la burbuja inmobiliaria cuyo estallido futuro daría la puntilla a España, convirtiéndola en esclava del sistema mundialista internacional. Los ciudadanos premiaron esos "méritos" económicos permitiéndo repetir gobierno con
mayoría absoluta en la siguiente legislatura, teniendo el PP
al alcance renovar una vez más esa confianza en las
elecciones de 2004.
Su dureza extrema en la lucha contra el terrorismo
logró acorralar a ETA como nunca antes se había
conseguido, tanto en el campo económico como en el
social e internacional.
El instrumento más útil para la manipulación de las
masas se veía en “verdadero” peligro por primera vez, y
con él todo el sistema; la trágica ira desatada por los
terroristas dada su situación –buen ejemplo de ello fue el
tortuoso cautiverio de Ortega Lara, o el secuestro y
asesinato del concejal popular Miguel Ángel Blanco- y los
intentos de tregua aprovechados habitualmente para
reorganizarse, no impidieron esta vez el progresivo
deterioro de la banda. El ministro del Interior remaba por
entonces en la misma fructífera dirección que sus
subordinados de los diferentes cuerpos, ganándose así
éstos su absoluta confianza…
Tras el atentado del 11 de septiembre de 2001 en Nueva
York, esa cruzada contra el terrorismo emprendida en
España se encontró con viento favorable a la causa en el
ámbito internacional, aunque la respuesta americana
invadiendo Irak provocó la fractura mundial en dos bandos
enfrentados al chocar en aquella zona con los intereses de
países como Francia y Alemania; algunas empresas
españolas con excelentes contactos en la Irak de Sadam –y
en los servicios de información españoles que estaban
pendientes de aquel país- vieron también cómo se les
terminaba el lucrativo negocio que suponía el infame
desarrollo del programa “Petróleo por alimentos”
establecido por la ONU tras la primera guerra del Golfo.
El bloque comandado por EEUU tenía otro importante
conflicto con el interés francés en el que también se veía
involucrada España: Guinea Ecuatorial.
El golfo de la antigua colonia española poseía entre el 5
y el 10% de las reservas mundiales de petróleo por ser
la mayoría de sus reservas de recientísima explotación. El
dictador Teodoro Obiang otorgó finalmente los derechos
de explotación a compañías norteamericanas como Exxon
Mobile, forjando a su vez acuerdos con España
beneficiosos para todas las partes.
Guinea mantenía un contencioso a cuenta de un islote
con el vecino Gabón, cuyas cuasi-agotadas reservas de
crudo continuaban siendo explotadas por Francia a través
de la compañía Elf.
La importancia del diminuto Mbañé radicaba en las
grandes bolsas de “oro negro” que escondían sus aguas.
Buena parte de las pruebas documentales que demostraban
la territorialidad ecuatoguineana de Mbañé las poseía
España, pues antes de la independencia de la excolonia ya
constaba ese enclave como legítimo territorio español.
El envío hispano de dos buques de guerra con dirección
a ese país africano para realizar unas maniobras pudo ser
aprovechado por el rival francés en vísperas del 11-M para
una operación que minaría aún más la imagen
internacional de la administración Bush Jr. y sus aliados
españoles, reforzando así la equivocada percepción de
“invasores compulsivos” que tanto éxito tuvo en España
para regocijo socialista; además, como veremos, las
tensiones que provocaría la noticia en las relaciones del
gobierno guineano con sus socios occidentales sólo
podrían ser beneficiosas para los galos.
El conocido mercenario Simon Mann fue detenido
junto a 66 hombres en Zimbabue el 7 de marzo de 2004
cuando preparaban, supuestamente, un golpe de estado
contra Obiang en Guinea. Los medios relataban al mundo
que la operación estaba impulsada por españoles y
norteamericanos con el objetivo de alzar al poder a Severo
Moto, opositor guineano exiliado en España.
Como el lector habrá imaginado, resulta poco creíble
que realizaran una intentona como ésa quienes ya gozaban
de los acuerdos petrolíferos con Guinea y la defendían del
acoso francés. Sin embargo, todo este montaje sí que
resultó decisivo para convencer definitivamente al
gobierno Aznar, en vísperas del 11M, de la abismal
fractura abierta entre americanos y franceses.
En medio de este clima de agitación internacional y
nacional -recordemos la exagerada crispación inducida a
cuenta del hundimiento del Prestige, del accidente del
avión Yak-42, de la reparación en Gibraltar del submarino
nuclear británico “Tireless”, etc…- nos acercábamos a
unas elecciones que vinieron marcadas por la tragedia que
estudiamos en este libro.
Una desmesurada confianza gubernamental en las
intenciones de su gran socio transatlántico, en la
prevalencia de ese distanciamiento franco-anglosajón
sobre sus mutuos intereses “ocultos”, y, resumiendo, en la
capacidad de influjo de aquella pujante España sobre el
sistema mundialista para mejorarlo, pudo pasar su cruel
factura aquel 11 de marzo.
Como sucedió con John Fitzgerald Kennedy, otro
presidente católico volvía a influir negativamente en los
perversos derroteros escogidos para el mundo, no sólo
para su nación. La antigua potencia española pisaba
nuevamente los talones de superpotencias para las que,
como en tiempos pasados, comenzaba a suponer un
peligro. Era el momento de activar los hilos de la
poderosa tela de araña tejida desde el período terminal de
la dictadura franquista; llegaba la hora de sacar provecho
al múltiple y meticuloso engaño diseñado para atrapar eternamente a esa parte del gobierno español menos dispuesta a hundir directamente su país.
Resulta insólito el entusiasmo ciego que despierta
cualquier simple alusión al “cambio” tras sufrirse un
acontecimiento especialmente traumático.
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materializada en el momento adecuado y con la cobertura
suficiente para conseguir sus objetivos, es necesario
conocer el entorno social en que sucede el 11-M para
poder atisbar con mayor claridad la oscura luz que
esconde el caso.
La matanza de Madrid ocurre en una Monarquía
Constitucional sacudida por sucesivos golpes de timón
sobre los que persisten muchas dudas, pese a la masiva
información suministrada a la población para intentar
esconder esas sombras.
Desde antes de su instauración, comenzaron las
tensiones dentro del régimen franquista y de sus servicios
secretos para adaptarse al irremediable cambio que se
produciría tras la muerte del dictador.
Esa transición fue tutelada en la sombra por el bloque
de naciones que lideraba el mundo civilizado, con especial
mención a los Estados Unidos. Francia, Alemania y los
propios norteamericanos convergían en sus intereses
geoestratégicos -hay quien piensa que también moralespara
el futuro de España.
En este clima, Juan Carlos de Borbón fue designado en
1969 como futuro sucesor a título de rey, jurando
preservar los Principios del Movimiento Nacional. El
destino de España parecía encaminado a una democracia
con Juan Carlos I como Jefe del Estado y con el almirante
Carrero Blanco, conforme con el papel encomendado al
Borbón, en la Presidencia del Gobierno.
Sería este inoportuno personaje de profundas
convicciones católicas -y de la máxima confianza para
Franco- quien encontraría más reticencias no sólo en los
sectores antifranquistas que deberían salir de la
clandestinidad más pronto que tarde, sino en las entrañas
del propio régimen y en las potencias internacionales que
vigilaban esa transición.
Este hecho se pone de manifiesto en informes de
inteligencia estadounidenses donde se describía a Carrero
como un feroz antimasón, antiamericano y más franquista
que Franco; el almirante podía convertirse en el gran
obstáculo para la obligatoria evolución nacional hacia un
bipartidismo central controlado mediante infiltración, con
un partido democrático de derechas y otro gran bloque
“socialista” fagocitador del temido partido comunista que
en aquellos tiempos aglutinaba a la inmensa mayoría de la
izquierda española.
Las arcas internacionales fueron generosas en su afán
de reflotar al PSOE recreado, utilizándose todo tipo de
coartadas para ello, como una ingente ayuda con fondos
alemanes para las familias de socialistas apresados y
encarcelados durante el régimen de Franco -los cuales
fueron escasos para justificar esas cantidades, y más aún si
comparamos cifras, por ejemplo, con los comunistas.
El oportuno asesinato de Carrero el 20 de diciembre de
1973 fue oficialmente atribuido a ETA, aunque pocos
pueden creer que la banda estuviera capacitada para llevar
a cabo una operación de esa envergadura por sí misma, o
con la simple ayuda de activistas comunistas como Eva
Forest; sorprende más aún si tenemos en cuenta que el
bombazo “etarra” sucedió en las proximidades de la
embajada norteamericana donde también estaba ubicada la
sede de la CIA, que los terroristas provocaron temblores y
un ruido enorme durante varios días al perforar el suelo
para introducir los explosivos en un túnel que llegaba
hasta mitad de la calle, tirando además cables por las
fachadas, o que pasaron un año entero en Madrid
preparando el atentado -que según cuentan en un principio
iba a ser un secuestro-, llegando incluso a reunirse en
Madrid -en mayo- toda la Coordinadora de la banda y una
docena más de terroristas sin importarles aparentemente el
riesgo de ser capturados todos juntos; se permitieron
incluso realizar prácticas de tiro en los alrededores de la
capital. Las imprudencias de los etarras llegaron al punto
de robar el subfusil de un soldado en la puerta de la
Capitanía General… Aún así, los cuerpos de seguridad
nacional y el recientemente constituido Servicio Central
de Documentación (Seced) parece que no se enteraron
suficientemente de la operación...
Otro significativo acontecimiento que incrementó las
medidas de seguridad en la zona, fue la reunión entre
Carrero Blanco y el Secretario de Estado estadounidense
el día anterior al atentado. Henry Kissinger -pieza
destacada del variopinto mundo masón, como nos
recuerda el historiador Ricardo de la Cierva-, tras pedir
mantener en secreto el contenido de esa extensa
conversación, tuvo que informar en persona poco después
al presidente Nixon sobre la muerte de su contertulio con
un frío memorándum secreto:
“La muerte del presidente Carrero Blanco esta mañana
elimina la mitad de la doble sucesión que Franco había
organizado para sustituirle. Carrero iba continuar como
el Jefe del Gobierno y el Príncipe Juan Carlos, que había
sido designado heredero en 1969, iba a convertirse en
Jefe del Estado después de la muerte o incapacidad de
Franco”.
La caja fuerte del despacho de Presidencia del
Gobierno fue cuidadosamente vaciada momentos después
del asesinato, desapareciendo los documentos y notas
personales que acostumbraba a escribir el almirante, por
lo que nunca sabremos con certeza lo tratado entre Carrero
y Kissinger.
Una vez salvada esa enorme piedra en el camino del
inminente equilibrio político-social y habiendo quedado
demostrada la eficacia del terror para dirigir a la opinión
pública española, la consolidación del plan bipartidista
creció en paralelo al fortalecimiento de los nacionalismos
en determinadas regiones españolas, y de la banda
terrorista ETA; la misma Constitución española portaba en
su seno la semilla del enfrentamiento y la disgregación de
la nación bajo la máscara del desarrollo autonómico
-efecto fragmentador y debilitador que favorece el
dominio de un gran Estado por entidades foráneas, como
bien sabe algún famoso analista político ya mencionado.
Ese molesto grupo terrorista nacido años antes del seno
del PNV, al abrigo de la Iglesia vasca -con especial
participación de sectores de la Compañía de Jesús- y con
algunos gudaris instruidos en el “castillo Rothschild” allá
por 1945, sería el encargado de inocular continuamente
el miedo a la sociedad para obligarla a mirar hacia el lado
conveniente, el que no trae problemas, sin descartar otros
servicios puntuales como la eliminación selectiva de
personal molesto procedente, en buena parte, del régimen
anterior.
Es muy curiosa la coincidencia en el tiempo de esta
sorprendente actuación de algunos jesuitas en España con
el punto álgido de la progresiva aproximación de la Orden
al marxismo (fomento de la teología de la liberación,
creación de movimientos cristianos comunistas,
indisciplinas locales a la doctrina eclesiástica, etc…) y a la
Masonería.
Respecto a esta última relación a priori contra-natura,
deben mencionarse las fuertes presiones del sector jesuita
promasón ante las que flaqueó el Papa Pablo VI en esos
movidos años 70, aunque en la década posterior Juan
Pablo II logró corregir esa línea recuperando la clásica
postura condenatoria con la ayuda del cardenal Ratzinger,
por entonces presidente de la Sagrada Congregación para
la Doctrina de la Fe. Pablo VI terminó sus días angustiado
por las desviaciones, rebeldías internas e infiltraciones que
esa condescendencia hacia lo masónico originó en la
Iglesia católica: “por alguna grieta ha entrado el humo de
Satanás en el templo de Dios”.
Volviendo al caso español, Ricardo de la Cierva cree
cierta la integración en secta masónica del Nuncio en
España (Luigi Dadaglio) junto a su consejero monseñor
Pasquinelli, cuyos nombres aparecieron en las listas de
eclesiásticos masones filtradas entre 1976 y 1978.
Paradójicamente, la estrategia del terror iba dando sus
frutos anestésicos, aunque sólo un catalizador artificial
conseguiría acelerar la ansiada recolección para el polo
izquierdo; el obligado cambio de rumbo hacia la
“izquierda” vino favorecido por un reavivado temor de las
masas a su pasado más cruel: el de los golpes militares y la
guerra civil. Fue un 23 de febrero de 1981. Los papeles
estelares se reservaban para los militares más cercanos al
monarca, como el general Alfonso Armada; otros
personajes más mundanos –como el teniente coronel
Tejero-, peor informados sobre la verdadera naturaleza del
asunto, harían el trabajo sucio y pagarían los platos rotos.
Cerca del Congreso, la huella del Cesid se plasmaba, por
ejemplo, en un apartamento alquilado pocos meses antes;
el comandante Cortina, al ser preguntado en el consejo de
guerra de Campamento sobre la presencia de los servicios
secretos en las inmediaciones del Congreso ese 23-F,
respondió que también el día del asesinato de Carrero
había coches en la calle.
Entonces nos pintaron a un Rey heroico que paró el
golpe, pero décadas después se escuchan comentarios
televisivos que aseguran que aquel “golpe” se anticipó a
otro mucho más cruento que se estaba gestando desde
sectores republicanos del Ejército, e incluso hay a quien
se le entiende que Don Juan Carlos siempre pensó que la
Monarquía probaría su consolidación cuando la izquierda
llegara al poder, lo cual fue su ilusión desde que accedió al
trono.
Con el PSOE por fin en el Gobierno y herido de muerte
el poder fáctico de las Fuerzas Armadas como garante de
la unidad de la patria, el proyecto de ingeniería social,
asentado sobre la ausencia real de respuesta al mentiroso
discurso “progre”, seguiría plácidamente su curso gracias
a la gran cantidad de recursos destinados al control de
cada grupo social con cierta influencia.
En algunas autonomías se potenció el lastre del
nacionalismo que aseguraba la necesaria dosis coactiva
para disconformes, sirviendo además como agente en
quien cargar la culpa de los desmanes que el resto de
españoles no debían detectar como perfectamente
calculados por el poder central. Se ahondó en la
degradación del comunismo y en la división de la derecha
para evitar que el creciente y poco controlado bloque
liberal se convirtiera en una amenaza para el status quo
totalitario imperante.
En materia judicial, el manejo adecuado de los
conflictos terroristas continuó ejerciéndose mediante la
Audiencia Nacional, tribunal especial creado en 1977 para
asegurar y acotar ese objetivo singularmente sensible para
el Régimen.
Sin embargo, la forzada deriva se iba degradando por
su misma naturaleza artificial; vicios tan arraigados
históricamente en la izquierda como la corrupción y el
recurso al terrorismo desde el poder para evitar el
descontrol de quienes era necesario tener controlados,
abocaban al país a una situación cada vez más
insostenible. Al mismo tiempo, en la derecha iba
perfilándose un movimiento con una capacidad
aglutinadora que apenas recordaba ya; con la llegada de
los años noventa se desencadenó una pugna interna entre
el sector “acomodado” que lideraba Alianza Popular, con
Manuel Fraga a la cabeza, y el liberal reformista, que
resultó ganador insuflando un soplo de aire fresco a la vida
política española y al nuevo Partido Popular.
Tras una época de plácido control sin grandes
obstáculos, el Régimen necesitaba un cambio que
maquillara su deteriorada máscara democrática, y optó por
dejar volar esa cometa liberal para propiciar la alternancia
en el Gobierno. Los enemigos de la libertad no dudan en
aprovechar la fuerza que ella tiene, pero esta vez el destino
truncaría sus maléficos planes.
Serían de nuevo las calles de la capital las que vivirían
el momento decisivo de ese viraje. El 19 de abril de 1995
otra bomba etarra intentaba asesinar al líder del Partido
Popular, José María Aznar; el milagroso fallo en el
objetivo terrorista reforzó la posición del cabecilla popular
cara a las elecciones que se celebrarían un año después. La
vida política se le escapaba ligeramente de las manos al Sistema felón
en el momento más inoportuno, pues quien iba a dirigir el
país no era el siervo que planificaron encumbrar
previamente a las elecciones.
Una vez más, surgen algunas dudas sobre determinados
autores del acto terrorista, que causó la muerte de una
anciana por la tremenda virulencia del artefacto.
Posteriormente se conoció una trágica coincidencia:
previamente al atentado, el ministro del Interior (Belloch)
había denegado al líder de la oposición una petición de
escolta.
Aznar ganó las elecciones de 1996 y comenzó pronto a
surtir efecto su línea proclive al liberalismo económico
aderezada con medidas urgentes para el férreo control del
gasto público. Tomó un país con el paro desbocado que
incumplía las exigencias para la convergencia monetaria
con Europa, y consiguió rectificar ese rumbo logrando la
total conformidad con esos parámetros económicos
marcados por la Unión Europea. Sin embargo, esta época boyante fue aprovechada por las élites político-económicas dentro del gobierno para ir creando la burbuja inmobiliaria cuyo estallido futuro daría la puntilla a España, convirtiéndola en esclava del sistema mundialista internacional. Los ciudadanos premiaron esos "méritos" económicos permitiéndo repetir gobierno con
mayoría absoluta en la siguiente legislatura, teniendo el PP
al alcance renovar una vez más esa confianza en las
elecciones de 2004.
Su dureza extrema en la lucha contra el terrorismo
logró acorralar a ETA como nunca antes se había
conseguido, tanto en el campo económico como en el
social e internacional.
El instrumento más útil para la manipulación de las
masas se veía en “verdadero” peligro por primera vez, y
con él todo el sistema; la trágica ira desatada por los
terroristas dada su situación –buen ejemplo de ello fue el
tortuoso cautiverio de Ortega Lara, o el secuestro y
asesinato del concejal popular Miguel Ángel Blanco- y los
intentos de tregua aprovechados habitualmente para
reorganizarse, no impidieron esta vez el progresivo
deterioro de la banda. El ministro del Interior remaba por
entonces en la misma fructífera dirección que sus
subordinados de los diferentes cuerpos, ganándose así
éstos su absoluta confianza…
Tras el atentado del 11 de septiembre de 2001 en Nueva
York, esa cruzada contra el terrorismo emprendida en
España se encontró con viento favorable a la causa en el
ámbito internacional, aunque la respuesta americana
invadiendo Irak provocó la fractura mundial en dos bandos
enfrentados al chocar en aquella zona con los intereses de
países como Francia y Alemania; algunas empresas
españolas con excelentes contactos en la Irak de Sadam –y
en los servicios de información españoles que estaban
pendientes de aquel país- vieron también cómo se les
terminaba el lucrativo negocio que suponía el infame
desarrollo del programa “Petróleo por alimentos”
establecido por la ONU tras la primera guerra del Golfo.
El bloque comandado por EEUU tenía otro importante
conflicto con el interés francés en el que también se veía
involucrada España: Guinea Ecuatorial.
El golfo de la antigua colonia española poseía entre el 5
y el 10% de las reservas mundiales de petróleo por ser
la mayoría de sus reservas de recientísima explotación. El
dictador Teodoro Obiang otorgó finalmente los derechos
de explotación a compañías norteamericanas como Exxon
Mobile, forjando a su vez acuerdos con España
beneficiosos para todas las partes.
Guinea mantenía un contencioso a cuenta de un islote
con el vecino Gabón, cuyas cuasi-agotadas reservas de
crudo continuaban siendo explotadas por Francia a través
de la compañía Elf.
La importancia del diminuto Mbañé radicaba en las
grandes bolsas de “oro negro” que escondían sus aguas.
Buena parte de las pruebas documentales que demostraban
la territorialidad ecuatoguineana de Mbañé las poseía
España, pues antes de la independencia de la excolonia ya
constaba ese enclave como legítimo territorio español.
El envío hispano de dos buques de guerra con dirección
a ese país africano para realizar unas maniobras pudo ser
aprovechado por el rival francés en vísperas del 11-M para
una operación que minaría aún más la imagen
internacional de la administración Bush Jr. y sus aliados
españoles, reforzando así la equivocada percepción de
“invasores compulsivos” que tanto éxito tuvo en España
para regocijo socialista; además, como veremos, las
tensiones que provocaría la noticia en las relaciones del
gobierno guineano con sus socios occidentales sólo
podrían ser beneficiosas para los galos.
El conocido mercenario Simon Mann fue detenido
junto a 66 hombres en Zimbabue el 7 de marzo de 2004
cuando preparaban, supuestamente, un golpe de estado
contra Obiang en Guinea. Los medios relataban al mundo
que la operación estaba impulsada por españoles y
norteamericanos con el objetivo de alzar al poder a Severo
Moto, opositor guineano exiliado en España.
Como el lector habrá imaginado, resulta poco creíble
que realizaran una intentona como ésa quienes ya gozaban
de los acuerdos petrolíferos con Guinea y la defendían del
acoso francés. Sin embargo, todo este montaje sí que
resultó decisivo para convencer definitivamente al
gobierno Aznar, en vísperas del 11M, de la abismal
fractura abierta entre americanos y franceses.
En medio de este clima de agitación internacional y
nacional -recordemos la exagerada crispación inducida a
cuenta del hundimiento del Prestige, del accidente del
avión Yak-42, de la reparación en Gibraltar del submarino
nuclear británico “Tireless”, etc…- nos acercábamos a
unas elecciones que vinieron marcadas por la tragedia que
estudiamos en este libro.
Una desmesurada confianza gubernamental en las
intenciones de su gran socio transatlántico, en la
prevalencia de ese distanciamiento franco-anglosajón
sobre sus mutuos intereses “ocultos”, y, resumiendo, en la
capacidad de influjo de aquella pujante España sobre el
sistema mundialista para mejorarlo, pudo pasar su cruel
factura aquel 11 de marzo.
Como sucedió con John Fitzgerald Kennedy, otro
presidente católico volvía a influir negativamente en los
perversos derroteros escogidos para el mundo, no sólo
para su nación. La antigua potencia española pisaba
nuevamente los talones de superpotencias para las que,
como en tiempos pasados, comenzaba a suponer un
peligro. Era el momento de activar los hilos de la
poderosa tela de araña tejida desde el período terminal de
la dictadura franquista; llegaba la hora de sacar provecho
al múltiple y meticuloso engaño diseñado para atrapar eternamente a esa parte del gobierno español menos dispuesta a hundir directamente su país.
Resulta insólito el entusiasmo ciego que despierta
cualquier simple alusión al “cambio” tras sufrirse un
acontecimiento especialmente traumático.
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